Armenio, de nombre Capatáz; Capatáz Armenio, solía observar a los demás intentando descubrir en qué pensaban. Imaginaba que quizás los otros eran él mismo, pero con otras pieles, con otros ojos, con otros sueños. Como un espejo interminable que no se reconoce espejo. Como si todos fuésemos la misma bestia universal, buscándole sentido al vacío.
Y es que Armenio Capatáz o Capatáz Armenio siempre fue los otros: infinito.
Atenas, año 3. Hoy nació un nuevo dios en el Olimpo.
Ni hijo de Zeus, ni de Hera. Ni de Apolo o Perséfone.
Dionisio, más tarde llamado Baco, fue traído al mundo por la imaginación mordaz de un hacendado griego que murió ahogado en vino.
Antes de crear el cosmos, y la existencia toda, Dios suspiró sumido en la frustración más visceral que haya existido jamás. Se cuestionó, por tercera vez, si el Universo era realmente indispensable.
Pasaron billones de años sin tomar acción hasta que un día, aquella soledad en la que habitaba se hizo tan omnipresente como él mismo.
Solo entonces optó por crear el Universo y a los humanos con él, para que ellos, a su vez, inventaran otros dioses que le hicieran compañía.
Sé, de buena mano, que se arrepintió siempre.











Deja un comentario