Cuando el General sintió la bala atravesarle el ojo izquierdo, ya era demasiado tarde. Para entonces, la mitad de su cabeza fingía un cuadro impresionista sobre la pared y la otra mitad bañaba a Milena, quien, aún con el dedo en el gatillo, yacía azul de rabia debajo del cadáver de su violador.

El impacto de bala fue tan violento que del General quedaba solamente el cuerpo: una asquerosa masa de mierda irreconocible.

Ya no importaba si en el cuartel lo conocieron como general Molina, en la escuela de cadetes como Otto, o en la vida de Milena como “papá”.

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