Iván era fuerte, mucho más que cualquier ser humano.
Era brusco como un buey y regio como un gorila; un espécimen imponente.
Era de esas bestias de la naturaleza que se ejercitaban todos los días: tres horas al día, siete días a la semana. Sin pausa y casi sin descanso.
Iván era alto, fuerte y decidido. Si hubiese vivido hace dos mil años, podría haber sido llamado «Titán».
Tenía robles por brazos y garras por manos.
Y aun así, a Iván, «el titán imponente», le temblaron las piernas y se le inundaron los ojos cuando tuvo que levantar el féretro de su pequeña hija.
Iván era fuerte, pero no tanto.
Intenté escribir algo digno, pero no todos los días ameritan significar algo.









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