( M ) MARÍA ANTONIETA

María Antonieta soñó esa noche con su otrora esposo. Vivían en una casa de campo en un pequeño pueblo al sur de Francia. En el sueño, ambos administraban una tienda de cuellos isabelinos. Los había azules, negros y rojos. Al despertar, a la mañana siguiente, sus carcajadas alarmaron a los guardias de todo el calabozo. Rió durante 17 días y 17 noches porque aquella le pareció la idea más estúpida y absurda que se había imaginado jamás. ¿Ella y el rey Luis XVI trabajando en una tienda de provincia, como los pobres? ¿Ella, la reina insigne de toda la historia francesa teniendo que ganarse la vida?

¡Jamás le daría al pueblo tal placer!
Sí, podrían degollarle la cabeza como hacia unos meses lo habían hecho con su esposo, pero jamás habrían de arrebatarle la ambrosía de ser recordada por siempre. Qué sigan con su revolución de cartón y absurdo, ella seguirá bailando envuelta en el placer absoluto de haber sido envidiada, idolatrada, odiada al punto cambiar la historia.

¿Cuellos isabelinos? ¡Por favor!

Puntuación: 5 de 5.

Miró, por última vez, cómo desde la cima de la fosa común le arrojaban tierra encima. Estaba siendo sepultado vivo y por su mente se atropellaban cientos de ideas. ¿Cómo sobrevivir? ¿Gritar, patalear? ¿Le dispararían si hacía escándalo? Las opciones y el tiempo se le agotaban. Miraba a todos lados mientras la respiración se le aceleraba cada vez más. El sudor frío, la boca seca, las manos entumecidas.
Poco le importaba el tacto frío de los cadáveres debajo de él. Para entonces, el llanto se había secado en sus mejillas ensangrentadas.
La tierra seguía cayendo y ninguna de las ideas parecía viable. ¿Eso era todo? ¿Hasta ahí llegaba su historia?
Ni siquiera sabía a dónde lo habían llevado, pero la mitad de su cuerpo ya estaba cubierta de cal y mugre.

Aquello parecía inevitable, entonces pensó en lo único que podría agravar la situación: ¿y si nadie lo encontraba jamás? ¿Solo sería otro montón de huesos sin rostro, sin dolor ni nombre?
La tierra ya le llegaba hasta el cuello.
Solo bastaría un poco más de lodo para sepultarlo por completo. En un último aliento de resignación esperanzada, intentó gritar su nombre confiando en que alguien, en algún lugar del planeta, lo escuchara por última vez:

«¡Me llamo…!»

…Pero fue demasiado tarde.

Puntuación: 5 de 5.

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27 DAYS OF COPY | LUIS PORRAS | 2025

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